Esos cristos rotos

Estos días de Semana Santa viene bien abandonar los debates muchas veces mezquinos de la baja política, las veleidades de unos y de otros, las mentiras que ocultan la realidad y centrarse en lo que de verdad importa: vivir una vida digna, hacer que la vida de los demás lo sea.
Si los políticos se dedicaran a eso y no a lo suyo, nos iría mucho mejor a todos. Si todos pusiéramos un poco de nuestra parte para conquistar una vida digna para todos, el mundo sería mucho mejor.
Dice José Antonio Pagola, que este Dios crucificado por los hombres "nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Los cristianos, añade, seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el Dios crucificado. Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos". Ahí está la hipocresía de muchos católicos que se arrodillan ante la Cruz y desprecian, ignoran y evitan a los que tienen al lado. Y de muchos no católicos que hablan de justicia y desprecian, insultan, maltratan a los que les rodean o se aprovechan del poder en su exclusivo beneficio.
Estos días de Semana Santa, vísperas de la Pascua de Resurrecciòn para los católicos, me ha llegado a través de las redes -hay, también, muchas cosas buenas en internet- un monólogo de Ramón Cué, otro gran sacerdote jesuita como Pagola, despertadores de conciencias ambos, muy conocido el siglo pasado, profesor, escritor, poeta, pregonero de las Semanas Santas de Córdoba o Salamanca y muchas más cosas. Cué relata en "Mi Cristo roto", que compró en El Jueves, el rastro sevillano, un Cristo roto, un Cristo sin un brazo, sin una pierna, con cabeza pero sin cara, después de un duro regateo: "disputábamos el precio de Cristo como si fuera una simple mercancía.
Y me acordé de Judas. ¿No era aquella también una compraventa de Cristo? ¡Cuántas veces vendemos y compramos a Cristo, no de madera, de carne, en Él y en nuestro prójimo!". Cuando ya lo tenía en su casa, en su habitación, cara a cara con él, le prometió que le iba a restaurar para que quedara pleno. Y ese Cristo, roto como los cristos de Pagola, le dijo: "No me restaures, te lo prohíbo". Cué replicó: "para mí será un continuo dolor cada vez que te mire roto y mutilado" Y el Cristo le respondió: "quiero que al verme roto, te acuerdes siempre de tantos hermanos tuyos que conviven contigo, rotos, aplastados, indigentes, mutilados. Sin brazos, porque no tienen posibilidades de trabajo. Sin pies, porque les han cerrado los caminos. Sin cara, porque les han quitado la honra. Todos los olvidan y les vuelven la espalda... A ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele; a ver si así, roto y mutilado te sirvo de clave para el dolor de los demás. Muchos cristianos se vuelven en devoción, en besos, en luces, en flores sobre un Cristo bello y se olvidan de sus hermanos los hombres, cristos feos, rotos y sufrientes".
Semana Santa, semana de Pasión. Y luego Domingo de Pascua, domingo de Resurrección. Para los cristianos, la razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. Pero no puede haberla si miramos a Cristo en la cruz para tranquilizar nuestras conciencias, pero ignoramos a los otros crucificados, tantos cristos rotos con los que nos cruzamos todos los días y a los que ofendemos porque levantamos muros, cerramos caminos y los ignoramos: enfermos, inmigrantes, los que hacen los duros trabajos que nosotros no queremos hacer, explotados y sin papeles, personas que huyen de las guerras y de la miseria, mujeres maltratadas y prostituidas, familias que viven bajo el umbral de la pobreza, sin agua y sin luz, niños sin comida y sin escuela, ancianos en soledad, abandonados. Sin esa mirada, sin esa mano tendida, sin esa justicia no hay encuentro auténtico y honesto con Dios. Y tampoco hay humanidad.