La Iglesia (y el mundo) después de Francisco

Vivimos en un mundo marcado por las guerras más injustas, duraderas y crueles -Ucrania, Gaza, Sudán, Congo, Yemen, Nigeria.
..- con la complicidad, la indiferencia o la tolerancia de los demás países y de las instituciones democráticas internacionales, donde los inocentes pagan con su vida, donde crecen las desigualdades sociales y no hay alimentos ni agua ni educación para cientos de millones de niños y adolescentes, donde se levantan muros y barreras para evitar que los perseguidos, los vulnerados, los que sufren puedan escapar. Vivimos en un tiempo en el que políticos mediocres pero poderosos abusan del poder, se sirven de él, se enriquecen ilegítimamente, encarcelan y oprimen a quienes se les enfrentan, engañan a sus ciudadanos, descalifican e insultan a sus rivales y utilizan la democracia para pervertirla. Disfrutamos de una economía donde cada día los ricos son más ricos y acumulan obscenas cantidades de dinero mientras se multiplican los más pobres, los que no tienen nada y solo conocen la miseria, la humillación y el sufrimiento. Formamos parte de una sociedad materialista y superficial que ha cambiado los valores del esfuerzo, del compromiso, de la trascendencia por no se sabe qué pero que, en muchos produce angustia, desesperanza y vacío y que mira al migrante como una amenaza aunque no pone ningún obstáculo a que haga los trabajos más duros, sea explotado por empresarios sin escrúpulos o hacinado en los nuevos campos de concentración.
Por todo ello no es de extrañar que una figura como la del Papa Francisco se haya elevado sobre toda esa mediocridad y, con sus errores y sus aciertos, emerja como el representante de una institución, la única institución, que tiene hoy un mensaje firme, sólido y digno sobre el hombre y sus valores. El único líder mundial que ha levantado la voz contra todas las guerras y sus consecuencias, el que ha sido incansable constructor de puentes, ha hablado con todos y ha buscado sinceramente la paz. El que se ha pronunciado en defensa de los derechos y ha defendido sin límites la dignidad de todos los hombres y mujeres: los migrantes, los desfavorecidos, los diferentes, los oprimidos, los que sufren. El que ha también ha defendido radicalmente la vida desde la concepción hasta su final. El que ha reclamado el diálogo frente a las armas y a la violencia, la unidad frente a la división, la justicia social frente a la explotación de las personas, el acogimiento frente a la intolerancia, el que ha devuelto su valor a las periferias.
Francisco no ha hecho otra cosa que ser fiel al mensaje del Evangelio. La Iglesia Católica tiene el más profundo mensaje político, en su buen sentido, y social y las únicas respuestas a los problemas del mundo hoy. Lamentablemente los católicos no sólo no hemos sabido vender ese mensaje de paz, amor y misericordia, de pasión por los otros, de dignidad de toda vida humana como lo ha intentado hacer Francisco, sino que con demasiada frecuencia lo hemos pervertido. Francisco ha intentado que la Iglesia recuperase su esencia evangélica y que fuera más libre, más pobre, más fraterna, más abierta, más desprovista de privilegios para poder ofrecer su verdad más auténtica.
Haríamos bien -el mundo, los políticos con voluntad de servicio, no de poder, los empresarios, los poderosos, los desesperanzados, los marginados, los desprovistos de todo, los católicos de boquilla y los de verdad, los decepcionados por la religión, los que no creen, los que siembran el odio y el resentimiento, "todos, todos, todos"- en escuchar ese mensaje de vida y de esperanza. La mediocridad de muchos no justifica la de cada uno. Y una polìtica y una economía "con alma" tienen que ser posibles. De paz y no de guerra. Mucho va a tener que trabajar el Espíritu Santo sobre los cardenales para que el próximo Papa sea el líder carismático que necesitan la Iglesia y el mundo -fuera no los veo- para que esto no se nos vaya de las manos y para que la injusticia, la guerra, el odio, el dolor y la vulnerabilidad de tantos no sea la herencia que deja esta generación.